EL VIAJE. 3.572 La decisión ya estaba tomada. Hay momentos en la vida en que la mente nos enseña el camino y aunque nos resistamos a obedecer, ganan esas fuerzas interiores. Tenia que irme de Bogotá, llevábamos año y medio larguito de casados y mi vida...
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EL VIAJE. 3.572 La decisión ya estaba tomada. Hay momentos en la vida en que la mente nos enseña el camino y aunque nos resistamos a obedecer, ganan esas fuerzas interiores. Tenia que irme de Bogotá, llevábamos año y medio larguito de casados y mi vida había tomado giros desmesuradamente erróneos, los que quiero aquí revelarte, para que me vayas conociendo. Vivíamos en un apartamento nuevo que mis padres acababan de comprar en el Centro Nariño; aunque por fortuna, ellos nunca se quejaron, la renta que debíamos pagar se atrasaba hasta tres y cuatro meses, pues el poco dinero que reuníamos se iba en becerradas y corridas de toros, así como en fútbol u otros eventos a los que no podíamos faltar. La triste realidad era que me estaba tragando el medio ambiente; a la farra, en aquella época no se le llamaba “rumba” como ahora, pero era la misma vaina. Estaba muy consciente de que a pesar del enorme amor que le tenía a Ligia, mi débil carácter sucumbía ante los deseos imparables de farrear, c
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