Bajo la cinta de plata de la mañana, y sobre el reflejo azul del mar, el bote
llegó a la costa de Harwich y soltó, como enjambre de moscas, un montón de
gente, entre la cual ni se distinguía ni deseaba hacerse notable el hombre cuyos
pasos vamos a...
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Bajo la cinta de plata de la mañana, y sobre el reflejo azul del mar, el bote
llegó a la costa de Harwich y soltó, como enjambre de moscas, un montón de
gente, entre la cual ni se distinguía ni deseaba hacerse notable el hombre cuyos
pasos vamos a seguir. No; nada en él era extraordinario, salvo el ligero contraste
entre su alegre y festivo traje y la seriedad oficial que había en su rostro. Vestía
un chaqué gris pálido, un chaleco, y llevaba sombrero de paja con una cinta casi
azul. Su rostro, delgado, resultaba trigueño, y se prolongaba en una barba negra
y corta que le daba un aire español y hacía echar de menos la gorguera isabelina.
Fumaba un cigarrillo con parsimonia de hombre desocupado. Nada hacía
presumir que aquel chaqué claro ocultaba una pistola cargada, que en aquel
chaleco blanco iba una tarjeta de policía, que aquel sombrero de paja encubría
una de las cabezas más potentes de Europa.
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