Hace ya seis años, era un soldado estadounidense de la OTAN que estaba trabajando en la problemática ciudad de Kano, en Nigeria, mi grupo y yo lo conformabamos unas ocho personas de diferentes nacionalidades. Estábamos en una casa alejada de la población...
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Hace ya seis años, era un soldado estadounidense de la OTAN que estaba trabajando en la problemática ciudad de Kano, en Nigeria, mi grupo y yo lo conformabamos unas ocho personas de diferentes nacionalidades. Estábamos en una casa alejada de la población ayudando a trece personas, entre ellas cuatro niños al borde de la desnutrición, cuatro hombres y tres mujeres en el mismo estado. Mientras que sanábamos las heridas y alimentábamos a esas pobres personas, escuché ruido de un coche y mandé a una compañera a que saliese a ver si era el resto de los suministros. De repente se escuchó una bala y se hizo el silencio, un silencio que precedía al mismísimo infierno. En ese momento comenzó una lluvia de balas. Solté al niño que estaba alimentando, lo dejé debajo de una cama y me pegué a una pared con mi pistola en la mano. Perdía el tiempo. Dos compañeros cayeron al suelo abatidos y una de sus armas cayó justo a mis pies, y por mi cabeza pasaron esas escenas de películas en las que el héroe s
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