Audrey Hepburn. Su escritura como espejo de una cara con ángel Audrey era simplemente Audrey. El símbolo de la belleza, el glamour y la elegancia por excelencia no era más que el paradigma de la sencillez, un maniquí luciendo la pose más difícil de lograr:...
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Audrey Hepburn. Su escritura como espejo de una cara con ángel Audrey era simplemente Audrey. El símbolo de la belleza, el glamour y la elegancia por excelencia no era más que el paradigma de la sencillez, un maniquí luciendo la pose más difícil de lograr: la naturalidad. La serenidad de su mirada era el reflejo de su personalidad clara y transparente, condenadamente ausente de subterfugios y disfraces, porque Audrey aun disfrazada no dejaba jamás de ser Audrey. ¿Quién no guarda en su recuerdo cinematográfico la famosa escena, en “Desayuno en Tiffanys”, donde la protagonista se come un croissant mientras mira y admira los diamantes de un escaparate? Un tierno y humilde dulce compitiendo, en candidez y elegancia, con un diseño de Givenchy. “Lo que realmente se necesita para ser una estrella es un elemento extra que Dios te da o no te da. Es algo con lo que naces. Algo que no se puede aprender. Dios la besó en la mejilla, y allí surgió ella” (Billy Wilder)
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