Los deberes Me mandan un alumno a la dirección y entra con un hosco gesto partiéndole en dos la frente ensombrecida. No es necesario preguntarle nada para saber que la vida no lo acogió en el sendero de los felices. Tiene el cuerpo flaco, las rodillas...
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Los deberes Me mandan un alumno a la dirección y entra con un hosco gesto partiéndole en dos la frente ensombrecida. No es necesario preguntarle nada para saber que la vida no lo acogió en el sendero de los felices. Tiene el cuerpo flaco, las rodillas ásperas, las zapatillas gastadas, el guardapolvo con remiendos, las manos nudosas y los ojos –los ojos, el espejo del alma– preñados de angustia. No sé si la maestra ha podido ver todo eso, porque generalmente la maestra, a fuerza de ver los programas, el horario, el método, el procedimiento, el inspector y la técnica, concluye por no ver al niño. Me lo han mandado “porque no hace los deberes ni estudia la lectura y no sirve para nada”. Para captarme su confianza le hablo de cualquier cosa, lo primero que se me ocurre: —Qué lástima, cómo se ha ensuciado el patio con esta humedad. ¿Viste? —A “nosotro” nos embroma este tiempo para lustrar. Ya está todo, ya no hace falta averiguar nada más para explicarse por qué es mal alumno. Trabaja, lust
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