El cóndor de fuego
Hace mucho tiempo, un hombrecillo llamado Inocencio, que era tan bueno y candoroso
como su nombre, trabajaba en los fértiles valles de Pozo Amarillo, en plenos Andes.
Cerca de Inocencio, vivía otro hombre de nombre Rufián. Rufián, al...
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El cóndor de fuego
Hace mucho tiempo, un hombrecillo llamado Inocencio, que era tan bueno y candoroso
como su nombre, trabajaba en los fértiles valles de Pozo Amarillo, en plenos Andes.
Cerca de Inocencio, vivía otro hombre de nombre Rufián. Rufián, al contrario de
Inocencio, era un hombre ambicioso y malvado.
Una tarde que Inocencio volvía de su trabajo, encontró caída junto a una roca a una
pobre india vieja que se quejaba de terribles dolores.
—¡Pobre anciana! —exclamó nuestro hombre, y levantándola del suelo, se la llevó a su
choza, donde la atendió lo mejor que pudo.
Los ojos de la india se abrieron y se fijaron en Inocencio con gratitud.
—Eres muy bueno, hermanito —suspiró—, ¡tú has sido el único hombre que, al pasar
por el camino, se ha apiadado de la pobre Quitral y la ha recogido! ¡Por tu bondad,
mereces ser feliz y tener riquezas que puedas repartir entre los necesitados! ¡Yo te las
daré!
—¿Tú? Una pobre india...
—Yo siempre he vivido miserablemente —contestó la anciana— mas
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