ANTONIO MINGOTE /
LA CODORNIZ (*)
Aquel candidato a la presidencia de los Estados Unidos iniciaba su discurso con estas
palabras: «Y para concluir...», lo cual es optimista y alentador y, sobre todo, gracioso.
Debería yo iniciar así este sermón sobre La...
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ANTONIO MINGOTE /
LA CODORNIZ (*)
Aquel candidato a la presidencia de los Estados Unidos iniciaba su discurso con estas
palabras: «Y para concluir...», lo cual es optimista y alentador y, sobre todo, gracioso.
Debería yo iniciar así este sermón sobre La Codorniz. Me estoy poniendo pesado hablando
de La Codorniz una y otra vez, y lo que es peor (peor por inevitable), repitiéndome una
barbaridad. Así que tendré que concluir pronto, como el candidato a presidente, o cambiar
de tema.
Pero antes tengo que hacer algunas puntualizaciones.
A nadie debe extrañar que yo ame tanto a La Codorniz, aquella revista que fue como mi
madre. Ella me parió al mundo del humor y el periodismo; ella me enseñó a comportarme
con libertad, comprensión y tolerancia. Curiosamente, ella me enseñó buenos modales antes
de parirme, que eso sí que es maternidad responsable. En ella aprendí que lo tradicional no
es lo mismo que lo rancio, que lo popular no tiene por qué ser cutre, que hay que distinguir
entre lo poétic
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