Avelina recorre la ribera del Yapacaní con la mirada.
Va de una a otra punta de ambas orillas, por lo menos hasta donde permite
ver el tupido follaje tan lleno de tonalidades verdes, naranjas,
rojas, que lo recorre por ambas márgenes.
Abundan unas flores...
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Avelina recorre la ribera del Yapacaní con la mirada.
Va de una a otra punta de ambas orillas, por lo menos hasta donde permite
ver el tupido follaje tan lleno de tonalidades verdes, naranjas,
rojas, que lo recorre por ambas márgenes.
Abundan unas flores blancas, grandes y carnosas que trepan por el
tronco de algunos árboles agrupados en una especie de bosquecito
con características distintas del resto, medio consumidos o
carcomidos en su base, con una sustancia amarillenta y densa que
les sale como chorreada desde adentro, como si estuviera viva,
como si fuera una especie de animal sin forma que se va
derramando y que a un observador no experimentado lo haría
pensar quizás que forma parte de la belleza del árbol cuando en
verdad es un parásito que lo está matando lentamente.
Evelina
conoce desde niña cada variedad de orquídea silvestre, cada árbol
o arbusto pequeño, y puede diferenciar desde lejos unos de otros.
Conoce también sus propiedades curativas y cuál de todos puede
llegar
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