Es común entre nosotros,
jóvenes de Llanes,
y alrededores,
por no decir de España,
no valorar,
sino menospreciar
la educación que se nos da.
No será hoy muy diferente:
Celebramos el cincuentenario del centro.
Pero eso a nadie le importa.
Entonces.
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Es común entre nosotros,
jóvenes de Llanes,
y alrededores,
por no decir de España,
no valorar,
sino menospreciar
la educación que se nos da.
No será hoy muy diferente:
Celebramos el cincuentenario del centro.
Pero eso a nadie le importa.
Entonces.
.
.
¿Qué celebramos?
Celebramos, quizá, que.
.
.
Recorrimos en mil y una noches
campos de Castilla y habitaciones
propias, oscuras, cerradas.
Desde el faro hasta Bourton
sobre olas repletas de palabras.
Celebramos el futuro que nos aguarda,
el nuevo episodio que acontece.
Ése en el que nos marchamos,
dejando atrás a nuestros profesores,
nuestros compañeros,
incluso nuestras familias.
Comenzamos a reflexionar y
nos damos cuenta que:
En tanto que volvían las golondrinas,
las rosas, las azucenas.
.
.
El tiempo pasaba vengativo, impasible,
un curso sucedía a otro;
mientras entendíamos
que nada es para siempre.
Así que lo pensamos.
.
.
Y no podemos evitar sentir tristeza.
Lo relacionamos con algo molesto
pero no ha sido tan malo:
Hemos
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