No podía seguir apostando, lo había perdido todo, su auto, su casa, su reloj, y solo le
quedaba esa cadenita de oro que su hija le había regalado en aquella navidad en la que aun
era feliz.
Esa cadenita que simplemente decía "te Amo Papá", esa cadenita...
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No podía seguir apostando, lo había perdido todo, su auto, su casa, su reloj, y solo le
quedaba esa cadenita de oro que su hija le había regalado en aquella navidad en la que aun
era feliz.
Esa cadenita que simplemente decía "te Amo Papá", esa cadenita que juró no
sacarse jamás, esa cadenita que le hacía recordar que alguna vez tuvo una familia que el
juego y la mala fortuna le habían arrebatado una madrugada de agosto cuando Isabel (Su
Esposa) se marcho cansada de las amenazas recurrentes y el robo reiterado de su propio
esposo, quien tenía hipotecada su casa y había perdido en el casino los ahorros destinados
al futuro de su hija.
En ese instante de reflexión se acerco un hombre de muy buen porte, fornido con el cabello
gris muy bien peinado, vestía un traje negro impecable, tenía una corbata de seda roja y un
pañuelo al tono en el bolsillo superior del saco.
Sus ojos eran negros, tan negros que no se
podían ver sus pupilas.
Este hombre se le acercó mirándolo fijam
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