EL CUENTO
El viento soplaba con fuerza moviendo los árboles del parque: varios abetos, dos acacias, dos
moreras y unos cuantos falsos plátanos.
El parque era muy pequeño, pero disponía de todo lo que tiene que tener un parque: árboles,
césped, farolas,...
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EL CUENTO
El viento soplaba con fuerza moviendo los árboles del parque: varios abetos, dos acacias, dos
moreras y unos cuantos falsos plátanos.
El parque era muy pequeño, pero disponía de todo lo que tiene que tener un parque: árboles,
césped, farolas, muchos asientos, un pequeño espacio para el ocio infantil, con su tobogán y
sus columpios y dos fuentes.
El viejo gruñón miró por el ventanal del comedor, lugar desde el que se divisaba
cómodamente sentado en el sofá la mayor parte del pequeño parque.
-¡Vaya, hoy no hay perros¡ ¡Malditos animales¡ El viejo gruñón, no es necesario decirlo, odiaba
a los perros y por extensión a sus dueños.
Desde la altura de su casa, parecía que el suelo del
parque era llano como una hoja de papel, pero la única vez que bajó comprobó que el suelo
inclinado no iba muy bien para su cojera.
¡En este parque sólo se ven perros! Sentenció, y no
volvió a pisarlo.
El anciano vigilaba atentamente el parque a cualquier hora.
Observaba si los dueños de los
per
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