A.
J.
González
I.
EL NAUFRAGIO
La tormenta arrecia.
El cielo, iluminado de vez en cuando
por un relámpago, aparece como la negra bóveda de los
lamentos; las olas, gigantescas, imposibles de abatir, y
una frase alzada al cielo, no sé por quién...
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A.
J.
González
I.
EL NAUFRAGIO
La tormenta arrecia.
El cielo, iluminado de vez en cuando
por un relámpago, aparece como la negra bóveda de los
lamentos; las olas, gigantescas, imposibles de abatir, y
una frase alzada al cielo, no sé por quién dice que
cualquier tiempo pasado fue mejor.
La brújula, desorientada, baila al son de las batientes, y
el timón es la comparsa de su delirante baile.
Ya muchos
se arrojaron al mar o fueron arrojados a él, mientras que el
capitán, colérico de envidia por tan pronta muerte, debe
luchar con los elementos.
Qué incertidumbre tan vertiginosa, qué desazón tan
solitaria.
Nadie contesta al servicio de telégrafos y sus operarios
han perdido toda esperanza.
Nadie, ni el primero de abordo, ni el telegrafista, ni el
timonel, ni el contramaestre, ni tan siquiera el capitán,
saben qué rumbo está tomando la nave.
En alguna
dirección ha de estar la salvación, pero ¿dónde? Ellos
solos no lo pueden saber.
No son más que un l
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