Si me arrancas todos mis defectos…
Mucho antes de que los almendros se hicieran viejos y los pueblos grandes, existió la
aldea Glemsel.
Tan pequeña y adentrada en los bosques, que hasta su propio reino la
fue olvidando con el tiempo.
Así, el alcalde, que...
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Si me arrancas todos mis defectos…
Mucho antes de que los almendros se hicieran viejos y los pueblos grandes, existió la
aldea Glemsel.
Tan pequeña y adentrada en los bosques, que hasta su propio reino la
fue olvidando con el tiempo.
Así, el alcalde, que generación tras generación heredaba el
cargo, terminó siendo la máxima autoridad.
Tres senderos de difícil paso llevaban hasta
el pueblo, y los aldeanos, tildados de ironía, les pusieron nombre: olvido, indiferencia y
abandono.
La singular situación, sin soldados de la guardia real ni decretos que, aun vagos y
añejos, llegaran a aquellas tierras, les obligó a crear sus propias leyes para conservar el
bienestar.
Los residentes de comportamientos delictivos, de pensamientos extraños o el
mínimo brote de maldad, eran exiliados a un cercano valle llamado Onde.
Con los años
cada vez fueron más los repudiados como castigo, y crearon su propio pueblo, con sus
familias y sus leyes.
Así, aquellos que su comportamiento era extraño, de con
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