CAPÍTULO 1
En el cual encuentro, durante una excursión, un viajero singular.
Qué hacía el viajero y cuáles eran las palabras que pronunciaba.
ierta vez volvía, al paso lento de mi camello, por el camino de
Bagdad, de una excursión a la famosa ciudad de...
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CAPÍTULO 1
En el cual encuentro, durante una excursión, un viajero singular.
Qué hacía el viajero y cuáles eran las palabras que pronunciaba.
ierta vez volvía, al paso lento de mi camello, por el camino de
Bagdad, de una excursión a la famosa ciudad de Samarra, en
las márgenes del Tigris, cuando vi, sentado en una piedra, a un
viajero modestamente vestido, que parecía reposar de las
fatigas de algún viaje.
- Disponíame a dirigir al desconocido el “zalam”[1]
trivial de los caminantes,
cuando con gran sorpresa le vi levantarse y pronunciar lentamente:
- Un millón cuatrocientos veintitrés mil, setecientos cuarenta y cinco.
Sentóse enseguida y quedó en silencio, la cabeza apoyada en las manos,
como si estuviera absorto en profunda meditación.
Me paré a corta distancia y me puse a observarle como lo habría hecho
frente a un monumento histórico de tiempos legendarios.
Momentos después se levantó, nuevamente, el hombre, y, con voz clara y
pausada, enunció otro número igualmente fabuloso
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