ESCENA XVII
EL PÁJARO MALO
Si el lector ha hecho alguna vez el camino de Caguas a la capital de Puerto Rico, recordara
el hermoso valle que media entre la cuesta de Quebrada-arenas, y el cerro llamado de la Mesa;
valle ameno y muy fértil regado por el río...
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ESCENA XVII
EL PÁJARO MALO
Si el lector ha hecho alguna vez el camino de Caguas a la capital de Puerto Rico, recordara
el hermoso valle que media entre la cuesta de Quebrada-arenas, y el cerro llamado de la Mesa;
valle ameno y muy fértil regado por el río Cañas y la Quebrada-arenas, y sembrado de infinidad
de árboles, algunos de los cuales, situados a la orilla del camino, sirven de día para guarecerse el
viajero de los ardores del sol, y mienten de noche fantásticas apariciones que asustan a más de un
supersticioso.
Dos caminantes atravesaban este valle en una noche de enero a las dos de la madrugada: el
uno, joven de veinte años, de cabello y ojos muy negros y relucientes, tez morena y con aquel
tinte amarillo tan general en los criollos descendientes de europeos sin mezcla de otra raza,
montaba un hermoso caballo negro, cuyas orejas pequeñas y móviles seguían de continuo la
dirección del menor ruido causado por el aire, o de cualquier objeto en el cual se reflejaba la luz
dudosa de
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