P
ara el imaginario de los
Estados Unidos, el estereotipo principal de latinoamericano es el del
inmigrante ilegal.
Es el moreno
pobre, ignorante, que se ofrece
para los trabajos menos dignificados y peor pagos, que no acepta
la cultura...
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P
ara el imaginario de los
Estados Unidos, el estereotipo principal de latinoamericano es el del
inmigrante ilegal.
Es el moreno
pobre, ignorante, que se ofrece
para los trabajos menos dignificados y peor pagos, que no acepta
la cultura norteamericana y vive
pensando en su lugar de origen.
Lo ven promiscuo, familiero, machista.
Ese es el latinoamericano
que no quieren, el que aparece
en las series de televisión como
pandillero y narcotraficante y al
que le atribuyen responsabilidad
por los peores males de su país.
Pero desde los años ’80, un
poco a la sombra de la globalización, se fue forjando también
el estereotipo opuesto, el del
latinoamericano que ellos quisieran que, en principio, se defina
por un lugar geográfico que no
está en Latinoamérica, sino en
Estados Unidos, pero que tiene
la mágica propiedad de producir
latinoamericanos como ellos
quisieran.
No es Nueva York, la gran
metrópoli cultural, ni el San Francisco de los artistas y la libertad
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