VEINTIUN DÍAS
Por el lado que se lo mirara el rancho tenía remiendos. El invierno sabía darle
una que otra paliza de viento. La puerta, castigada por la costumbre de cerrarla
de mala gana, cuando se abrió para dar paso a Marianita no dejó de
temblequear, ni...
More
VEINTIUN DÍAS
Por el lado que se lo mirara el rancho tenía remiendos. El invierno sabía darle
una que otra paliza de viento. La puerta, castigada por la costumbre de cerrarla
de mala gana, cuando se abrió para dar paso a Marianita no dejó de
temblequear, ni los cerrojos omitieron el acostumbrado rezongo. A Marianita la
empujaron como si sobrase en el rancho. Sus trenzas de siete años la
acompañarían en el infortunio.
- ¡Haragana! Vaya a vender su bataraza que ni pa yerba hay…
No había ni para yerba. Era verdad. En el gallinero les quedaba un gallito
perico, casi nada, incapaz de dar una nota en el alba, y una clueca empollando.
Menos mal que la clueca los sacaría de apuros. O el retorno de alguno de los
muchachos con una yunta de esas que se consiguen con perdigones en el
traste. En fin, lo hacían por la madre, que estaba encinta de cinco meses.
Marianita bajaba los domingos al pueblo a vender pollos, zaguán por zaguán, a
la hora en que las patronas regresan de la misa contentas de hab
Less