DIMITAS ARIAS
AL DOCTOR URBE ANGEL
I
PORQUE ERA de bahareque y porque
lo apuntalaban dos palos por el costado de abajo y un diente de tapia por el
interior, no se había venido al suelo aquel cascaron de casa, Era el techo un
pelmazo gris de algo que si pudo...
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DIMITAS ARIAS
AL DOCTOR URBE ANGEL
I
PORQUE ERA de bahareque y porque
lo apuntalaban dos palos por el costado de abajo y un diente de tapia por el
interior, no se había venido al suelo aquel cascaron de casa, Era el techo un
pelmazo gris de algo que si pudo ser palmicho como carmanà, todo el
constelado de parchones de musgo, de lamas verduscas y tal cual manojo
nuevo, puesto allí por vía de remiendo.
Bardaban el caballete hasta cuatro
docenas de tejas centenarias, por ente cuyas junturas medraban el liquen y
asomaban mustias y enfermizas unas matas de viravira; pendiale por un
extremo, desparramándose que era un gusto, un matorral de yerbamora
fructificado a demás.
Era el interior una gran sal, con un tenducho de madera
en el ángulo frontero a la puerta de entrada, el cual se cerraba como una
alacena y olía a ratones y a viejo.
De tierra apisonada, y con muchos hoyos y
rajaduras era el suelo.
Dos ventanillos de batientes partidos por mitad,
alumbraban el lugar; daba el uno a la cal
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