Porque era de bahareque y porque lo apuntalaban dos palos por el costado de
abajo y un diente de tapia por el interior, no se había venido al suelo aquel
cascarón de casa.
Era el techo un pelmazo gris de algo que así pudo ser
palmicho como carmena, todo él...
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Porque era de bahareque y porque lo apuntalaban dos palos por el costado de
abajo y un diente de tapia por el interior, no se había venido al suelo aquel
cascarón de casa.
Era el techo un pelmazo gris de algo que así pudo ser
palmicho como carmena, todo él constelado de panchones de musgo, de lamas
verduscas y de tal cual manojo nuevo, puesto allí por vía de remiendo.
Bardaban el caballete hasta cuatro docenas de tejas centenarias, por entre
cuyas junturas medraba el liquen y asomaban mustias y enfermizas unas
matas de viravira; pendía le por un extremo, desparramándose que era un
gusto, un matorral de yerba mora fructificado además.
Era el interior una gran
sala, con un tenducho de madera en el ángulo frontero a la puerta de entrada,
el cual se cerraba como una alacena y olía a ratones y a viejo.
De tierra apisonada, y con muchos hoyos y rajaduras era el suelo.
Dos
ventanillos de batientes partidos por mitad, alumbraban el local; daba el uno a
la |Calle-abajo, y el otro, al |Call
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