El péndulo
O.
Henry
-Calle Ochenta y Uno.
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Dejen bajar, por favor -gritó el pastor de azul.
Un rebaño de ciudadanos salió forcejeando y otro subió forcejeando a su vez.
¡Ding, ding! Los
vagones de ganado del Tren Aéreo de Manhattan se alejaron...
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El péndulo
O.
Henry
-Calle Ochenta y Uno.
.
.
Dejen bajar, por favor -gritó el pastor de azul.
Un rebaño de ciudadanos salió forcejeando y otro subió forcejeando a su vez.
¡Ding, ding! Los
vagones de ganado del Tren Aéreo de Manhattan se alejaron traqueteando, y John Perkins
bajó a la deriva por la escalera de la estación, con el resto de las ovejas.
John se encaminó lentamente hacia su departamento.
Lentamente, porque en el vocabulario de
su vida cotidiana no existía la palabra “quizás”.
A un hombre que está casado desde hace dos
años y que vive en un departamento no lo esperan sorpresas.
Al caminar, John Perkins se
profetizaba con lúgubre y abatido cinismo las previstas conclusiones de la monótona jornada.
Katy lo recibiría en la puerta con un beso que tendría sabor a cold cream y a dulce con
mantequilla.
Se quitaría el saco, se sentaría sobre un viejo sofá y leería en el vespertino crónicas sobre los
rusos y los japoneses asesinados por la mortífera linotipo.
La cena comp
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