Pacto de sangre (Mario Benedetti)
A esta altura ya nadie me nombra por mi nombre: Octavio.
Todos me
llaman abuelo.
Incluida mi propia hija.
Cuando uno tiene, como yo,
ochenta y cuatro años, qué más puede pedir.
No pido nada.
Fui y sigo
siendo...
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Pacto de sangre (Mario Benedetti)
A esta altura ya nadie me nombra por mi nombre: Octavio.
Todos me
llaman abuelo.
Incluida mi propia hija.
Cuando uno tiene, como yo,
ochenta y cuatro años, qué más puede pedir.
No pido nada.
Fui y sigo
siendo orgulloso.
Sin embargo, hace ya algunos años que me he
acostumbrado a estar en la mecedora o en la cama.
No hablo.
Los demás creen que no puedo hablar, incluso el médico lo cree.
Pero yo puedo hablar.
Hablo por la noche, monologo, naturalmente que en
voz muy baja, para que no me oigan.
Hablo nada más que para asegurarme
de que puedo.
Total, ¿para qué? Afortunadamente, puedo ir al baño por mí
mismo, sin ayuda.
Esos siete pasos que me separan del lavabo o del
inodoro, aún puedo darlos.
Ducharme no.
Eso no podría hacerlo sin ayuda,
pero para mi higiene general viene una vez por semana (me gustaría que
fuese más frecuente, pero al parecer sale muy caro) el enfermero y me baña
en la cama.
No lo hace mal.
Lo dejo hacer, qué más remedio.
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