gravedad enhiesta de los cedros prendidos.
La
raadre apagfi la luz y comenzS a deslizarse en
charcas presentidas.
Pero la luz regres6, tom6
por sorpresa, manos en la masa, y no perdcn6
esos juegos inciertos y agresivos queroond6el
cabezote empozado.
—Tfl...
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gravedad enhiesta de los cedros prendidos.
La
raadre apagfi la luz y comenzS a deslizarse en
charcas presentidas.
Pero la luz regres6, tom6
por sorpresa, manos en la masa, y no perdcn6
esos juegos inciertos y agresivos queroond6el
cabezote empozado.
—Tfl no eres un nifio—,
profirio1
la madre.
Aquella cabeza baja suya, una vez erguida,
con su punto de babas tibias y anhelantes,
aquella cabeza lisa de serpiente, hundida en
todos los cilios posibles del bochorno, apenas
records que el trueno es una chispa ulterior
de ojos asediantes, ma s sordos que la luz del
relarapago.
Aquella cabeza se olvid6 de su simplicidad.
El la vi6 dominar por primera vez,
capitana del frio.
Sudaba las iras del sol.
La vi6 despbedecer, machetera de algas, ouceando los claveles submarines.
Daba vueltas tentadoras.
Sali6 a las escarpadas nevadas de la
rosadez y resbalaba por ella, ricamente, y6ndose a la bartola oon las falsas soberanlas de
los remilgos o las precauciones.
Nadie comportarla su alegrla.
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