NIÑOS AZULES
NIÑOS AZULES
De nuevo sentía necesidad de huir y, como tantas otras veces, sus piernas se
encaminaron hacia la colina sin que mediara su voluntad.
Aunque la altura del monte era más bien modesta, la escalada de la ladera resultaba
ardua, por...
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NIÑOS AZULES
NIÑOS AZULES
De nuevo sentía necesidad de huir y, como tantas otras veces, sus piernas se
encaminaron hacia la colina sin que mediara su voluntad.
Aunque la altura del monte era más bien modesta, la escalada de la ladera resultaba
ardua, por lo escarpada y porque el terreno suelto hacía que cada paso fuese más
fatigoso que el anterior, ya que esta vez el golpe más fuerte, el que le había
propinado su padre con la rodilla, le había alcanzado el muslo derecho cerca de la
cadera; un dolor muy agudo que le obligaba a cojear.
No se preguntaba por qué elegía ese sitio después de cada uno de los arrebatos de
su padre, cuya razón desconocía, como ignoraba lo que le atraía con tanta fuerza
hacia la cima, que alcanzaría en sólo diez o doce minutos más.
Los jaramagos crecían sin orden entre matorrales de chumberas y, más arriba,
algunos algarrobos rompían la línea casi perfecta del cono que formaba el monte
coronado de riscos.
Mirando las orgullosas rocas casi negras, Dany anheló
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