En la madrugada de un frío invierno, oía el
repiquetear de la lluvia sobre el tejado de mi casa,
mientras le daba el último repaso a un párrafo que se
me atragantaba como una espina en la garganta.
Guardé lo escrito y abrí el correo electrónico para leer...
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En la madrugada de un frío invierno, oía el
repiquetear de la lluvia sobre el tejado de mi casa,
mientras le daba el último repaso a un párrafo que se
me atragantaba como una espina en la garganta.
Guardé lo escrito y abrí el correo electrónico para leer
los correos que me habían llegado.
Me llamó la
atención, un comentario sobre un relato que había
escrito hacía más de un año en mi blog.
La autora
firmaba con el seudónimo de Jezabel, que
acompañaba con un pequeño icono, que parecía una
serpiente con dos afiliados colmillos.
Sin darle la
mayor importancia, le contesté de forma cordial y
agradeciéndole su interés por mis relatos.
A la mañana siguiente, encendí mi ordenador portátil
y me puse en la tarea de seguir con la novela en que
llevaba trabajando hacia algunos años.
Abrí el
programa de correo electrónico y allí estaba Jezabel,
con una nueva nota sobre otro de mis relatos.
Durante el resto de los días, seguí trabajando,
incansablemente, sobre lo que me quedaba de mi
novela,
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