“¿Qué hay, Pardal? Espero que por fin este año podamos ver la
lengua de las mariposas.
”
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que les enviasen un
microscopio los de la Instrucción Pública.
Tanto nos hablaba de cómo se
agrandaban las cosas menudas e...
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“¿Qué hay, Pardal? Espero que por fin este año podamos ver la
lengua de las mariposas.
”
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que les enviasen un
microscopio los de la Instrucción Pública.
Tanto nos hablaba de cómo se
agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños
llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuviesen
el efecto de poderosas lentes.
“La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un muelle
de reloj.
Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz
para chupar.
Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar, ¿a
qué sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuese la punta de la
lengua? Pues así es la lengua de la mariposa.
”
Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas.
Qué maravilla.
Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como
tabernas con barriles llenos de almíbar.
Yo quería mucho a aquel maestro.
Al principio, mis padres no
podían creerlo.
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