María Reiche
La sacerdotisa de Nazca
Parecía inmortal, por más que las arrugas fueran cubriendo su rostro germánico, tostado
por el sol de las pampas nazquenses.
Nosotros no la vemos como matemática, astrónoma o arqueóloga.
Que todo eso pudo
ser en la...
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María Reiche
La sacerdotisa de Nazca
Parecía inmortal, por más que las arrugas fueran cubriendo su rostro germánico, tostado
por el sol de las pampas nazquenses.
Nosotros no la vemos como matemática, astrónoma o arqueóloga.
Que todo eso pudo
ser en la vida y mucho más.
La miramos casi a modo místico.
La reverenciamos gracias
a sus virtudes.
También por su fe.
Por su terca pasión peruanista, vivida con una
constancia que rompió el medio siglo.
Empezó allí sola, con una escobita que usaba con
delicadeza para limpiar lo que iba descubriendo.
Por un tiempo vivió en una carpa,
luego en una pequeña cabaña que ella misma levantó.
Vivía de pan negro, cualquier
fruta y agua de chancaca.
Feliz.
Por todo esto es que la calificamos de sacerdotisa.
Su
sola presencia bastó para contener todos los desmanes propios de un país beocio.
En
suma, hizo más que todo el Estado junto.
Cuando María Reiche llegaba a Lima, no la pasaba mejor.
Manuel Jesús Orbegozo, que
la entrevistó hacia 1952, cu
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