JUGLAR
En aquel lejanizo tiempo, aunque yo era apenas una gurrumina de nueve o diez años, había visto y oído
por las calles y las plazas a muchos hombres andariegos que iban de aldea en aldea exhibiendo admirables
destrezas: sus acrobacias, sus...
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JUGLAR
En aquel lejanizo tiempo, aunque yo era apenas una gurrumina de nueve o diez años, había visto y oído
por las calles y las plazas a muchos hombres andariegos que iban de aldea en aldea exhibiendo admirables
destrezas: sus acrobacias, sus malabarismos, sus coplas o cantos o tan sólo sus palabras.
Pero ninguno
como él: Juan o Jesús o José.
(Nunca llegué a saber con certitud cuál era su nombre; todos lo llamaban
Juglar porque llevaba la J grabada en el pecho.
Curiosamente él, así, sin nombre: él, el dueño de las
palabras.
)
La tarde en que lo vi por primera vez fue en la feria de Monciel.
Se hallaba sentado sobre un hato de
ropas como un peregrino de tantos, mordiscando una hogaza de pan o algún bocado de frutas.
No llamaba
la atención por ninguna desmesura en la traza ni por gritos o toscos ademanes.
Al contrario: se lo notaba
discreto en sus gestos y hasta en el caudal de su barba trigueña; yo me quedé fisgoneándolo porque en el
fondo de los ojos le aleteaba un fulgor extra
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