LA SEGUNDA VARIEDAD
El soldado ruso subía nervioso la ladera, con el fusil preparado.
Miró a su
alrededor, se lamió los secos labios.
De vez en cuando se llevaba una
enguantada mano al cuello y se enjugaba el sudor y se abría el cuello de la
guerrera....
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LA SEGUNDA VARIEDAD
El soldado ruso subía nervioso la ladera, con el fusil preparado.
Miró a su
alrededor, se lamió los secos labios.
De vez en cuando se llevaba una
enguantada mano al cuello y se enjugaba el sudor y se abría el cuello de la
guerrera.
Eric se volvió al cabo Leone.
—¿Lo quieres tú? ¿O lo mato yo? —ajustó el punto de mira de modo que la
cara del ruso quedase encuadrada en la lente cortada por las líneas del blanco.
Leone lo pensó.
El ruso estaba cerca, se movía con rapidez, casi corriendo.
—No dispares.
Espera.
No creo que sea necesario.
El ruso incremento su velocidad, pateando cenizas y montones de
escombros a su paso.
Llegó a la cima de la ladera y se detuvo, jadeando, y
miró a su alrededor.
Había un cielo plomizo de móviles nubes de partículas
grises.
Brotaban de tanto en tanto troncos de árboles; el suelo pelado y
desnudo, lleno de desperdicios y de ruinas de edificios surgiendo de cuando en
cuando como amarilleantes cráneos.
El ruso estaba inquieto.
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