La casa estaba desierta y vacía.
El frío penetraba por todos los rincones.
En la bañera se había formado una fina membrana de hielo.
Y ella había
empezado a adquirir un ligero tono azulado.
Pensó que, así tumbada, como estaba, parecía una princesa.
Una...
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La casa estaba desierta y vacía.
El frío penetraba por todos los rincones.
En la bañera se había formado una fina membrana de hielo.
Y ella había
empezado a adquirir un ligero tono azulado.
Pensó que, así tumbada, como estaba, parecía una princesa.
Una princesa de hielo.
El suelo sobre el que se sentaba estaba helado, pero el frío no lo preocupaba.
Extendió el brazo y la tocó.
La sangre de sus muñecas llevaba ya tiempo coagulada.
El amor que por ella sentía jamás había sido tan intenso.
Le acarició el
brazo como si acariciase el alma que había abandonado aquel cuerpo.
No se volvió a mirar cuando se marchó.
Aquello no era un adiós.
Era
un hasta la vista.
d
Eilert Berg no era un hombre feliz.
Su respiración fatigada le surgía de la boca en forma de pequeñas nubes blancas; pero no era la
salud algo que él contase entre sus principales problemas.
Svea era tan hermosa de joven y a él le costó tanto resistir hasta
la noche de bodas.
Se comportaba dulce, amable y algo tímida.
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