LA MUCHACHA DEL ATADO
Todos los días, a las cinco de la tarde, tropiezo con muchachas que vienen de buscar
costura.
Flacas, angustiosas, sufridas.
El polvo de arroz no alcanza a cubrir las gargantas
donde se marcan los tendones; y todas caminan con el...
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LA MUCHACHA DEL ATADO
Todos los días, a las cinco de la tarde, tropiezo con muchachas que vienen de buscar
costura.
Flacas, angustiosas, sufridas.
El polvo de arroz no alcanza a cubrir las gargantas
donde se marcan los tendones; y todas caminan con el cuerpo inclinado a un costado: la
costumbre de llevar el atado siempre del brazo opuesto:
Y los bultos son macizos, pesados: dan la sensación de contener plomo: de tal manera
tensionan la mano.
No se trata de hacer sentimentalismo barato.
No.
Pero más de una vez me he
quedado pensando en estas vidas, casi absolutamente dedicadas al trabajo.
Y si no, veamos.
Cuando estas muchachas cumplieron ocho o nueve años, tuvieron que cargar un hermanito
en los brazos.
Usted, como yo, debe haber visto en el arrabal estas mocosas que cargan un
pebetito en el brazo y que ce pasean por la vereda rabiando contra el mocoso, y vigiladas
por la madre que salpicaba agua en la batea.
Así hasta los catorce años.
Luego, el trabajo de ir a buscar costur
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