“¡Ajá Tavo, trae la guitarra, vamos a tocar!”
Fueron muchas las veces que esta frase entusiasta de Ceci invitándome a intercambiar acordes de
guitarra con melodías de acordeón y a unir su dulce voz con la del barítono que apenas se
acomodaba en mi, dio paso...
More
“¡Ajá Tavo, trae la guitarra, vamos a tocar!”
Fueron muchas las veces que esta frase entusiasta de Ceci invitándome a intercambiar acordes de
guitarra con melodías de acordeón y a unir su dulce voz con la del barítono que apenas se
acomodaba en mi, dio paso a la alegría permanente que da la música cuando se hace “de verdá
verdá”: cuando nace del alma.
A comienzos de los años 90s sucedió mientras me apropiaba de
Bogotá y de mis estudios universitarios, también con ese simple acto de intensa pasión por lo que
ambos traíamos en los genes, los códigos multiculturales, naturales, inmateriales e imborrables del
Valle de Upar, me hizo amar más la música vallenata.
A veces sonaba primero su acordeón, otras veces se adelantaban con su sonido las cuerdas de mi
guitarra, un sonido llamaba al otro, pero siempre encontraban la altura y el momento preciso para
fusionarse en música.
A los paseos, merengues, sones, cumbias y boleros, luego se unieron pasillos,
pasajes y bambucos que hacían parte de
Less