VIII
Después del entierro de Manu sólo se habían visto una vez.
Gabriel de tanto en
tanto pensaba en ella, pero no tenía realmente ganas de volverla a ver.
En
realidad, no sabía de lo que tenía ganas.
De lo que estaba convencido era de
que no tenía la...
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VIII
Después del entierro de Manu sólo se habían visto una vez.
Gabriel de tanto en
tanto pensaba en ella, pero no tenía realmente ganas de volverla a ver.
En
realidad, no sabía de lo que tenía ganas.
De lo que estaba convencido era de
que no tenía la más mínima intención en forzar el destino; si la casualidad los
cruzaba, estaba bien, si no, también estaba bien.
O no, pero él no iba a hacer
nada para provocar el encuentro.
Estos pensamientos vagaban de tanto en
tanto por su cabeza a modo de autocomplacencia.
Y no era necesario ni
siquiera convencerse de hacer o no hacer algo, porque el estado de ánimo que
tenía le causaba una desgana tal que a veces incluso rozaba la náusea.
Horas
enteras mirando el techo engendraban en su fuero interno una apatía y una
falta de actividad que podrían llegar a ser preocupantes.
Y así, cuando en
algún momento se cruzaba Elena por su cabeza, se recreaba en su cara, en su
cuerpo, incluso había deambulado por el verde de sus ojos, que cambiaban a
t
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