AFINA EL OÍDO
Él llama.
Desde el Tercer Mundo y el Primero.
Grita y llama.
Él llama desde las orillas del lago de Tiberíades
y los vagones de refugiados
que huyen de Sarajevo.
Grita y llama
desde las gargantas resecas de tanto gritar.
Desde los...
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AFINA EL OÍDO
Él llama.
Desde el Tercer Mundo y el Primero.
Grita y llama.
Él llama desde las orillas del lago de Tiberíades
y los vagones de refugiados
que huyen de Sarajevo.
Grita y llama
desde las gargantas resecas de tanto gritar.
Desde los drogadictos y marginados.
Él llama.
Desde los millones de pupilas
de niños hambrientos
de Somalia, de Bosnia o de Sudán.
Desde los pasillos
limpios y asépticos de la clínica
y desde los callejones mugrientos
que jamás han visto un barrendero.
Desde las cárceles.
Él llama
con la brisa suave que estremece las hojas
y con el viento huracanado
que arranca de raíz los árboles potentes.
Él llama hoy como ayer.
En onda corta y en frecuencia modulada.
Desde el Tabor y, sobre todo,
desde el Calvario.
Él llama.
Llama
desde las primeras páginas de los periódicos
y desde el teléfono de la esperanza.
Su llamada está escrita
en el rostro del mendigo
y la cara satisfecha del “yupi” postmoderno.
Él llama al borde del camino
y en el stop de entr
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