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CCOONNQQUUIISSTTAA EESSPPAAÑÑOOLLAA
YY RREESSIISSTTEENNCCIIAA NNAATTIIVVAA
Por: Luis Guzmán Palomino.
Finalizaba el primer cuarto del siglo XVI cuando en el Perú de los
Inkas empezaron a circular vagas noticias acerca de la presencia de gentes
extrañas en el continente.
Por esos años, postreros del gobierno de Guayna
Cápac, el imperio andino llevaba su dominio desde el Rumichaca en la
frontera colombo-ecuatoriana, hasta el Aconcagua y el país de los Chiriguanos por el Sur, y de la ceja de selva a las orillas del mar.
Por su dilatada
extensión geográfica lejos estaba de haberse consolidado su dominio.
Merced a una avasalladora conquista militar, en menos de un siglo,
como ya hemos mencionado, los señores orejones del Cuzco, aristocracia
eminentemente guerrera a partir del acceso al poder de Pachacuti, habían
logrado el sometimiento de numerosas naciones que antes se desarrollaron
independientes o interdependientes en un ámbito local o regional.
Y por
lógica, los curacas o reyezuelo
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